Nombre



Gonzalo Alfaro Fernández


Licencia Creative Commons

Arruinar para enriquecerse

Llevo ya muchos años escuchando teorías económicas miles prometiéndonos el paraíso. Ya saben, esa cantinela que se repite sin cesar en los media como un mantra y que pretende convencernos de que en el paraíso no hay ángeles sino cajeros automáticos. Todos esos economistas aprendices de brujo hablan desde el púlpito mercadivino iluminando al mundo con sus sofisticadas ecuaciones tan complejas como hueras. Y todo para justificar lo injustificable, el tinglado económico-existencial que se ha montado sobre una base tan artificial, arbitraria, inestable y peligrosa como la económica. Invento que tratan de vendernos como consustancial a nuestra naturaleza humana. Como el último grado de evolución. Quieren convencernos de que la especulación financiera le es al ser humano tan esencial como respirar o dormir. Y me pregunto yo cómo es posible que con tanto iluminado y genio suelto sentando cátedra sobre el asunto andemos como andamos. Ya me entienden, en la miseria. No me cuadra, la verdad. Ellos alegan, cuando se equivocan estrepitosamente en las previsiones, que tenemos que tener en cuenta que Santo Mercado es flexible. Casi tanto, añado yo, como el arco de Cupido, que tan a menudo yerra y a la vista están las consecuencias. Aunque para mí que el desaguisado más que al arco destensado se debe a su ceguera...

    Señores, esto no viene sino a darme la razón. ¿No es estúpido basar nuestra existencia en algo tan flexible en lugar de aferrarnos a algo más sólido y estable? 

   Lo primero que deberíamos hacer es llamar a las cosas por su nombre. Porque si no, aquí no hay quien se entienda. La ley del Santo Mercado es la que dicta la voracidad insaciable de los desalmados que manejan la perversa plutocracia mundial. Una mafia en toda regla. Así que es tan flexible como sus retorcidas mentes. Que eso del Libre Mercado y demás pamplinas, a estas alturas del cuento, no se lo cree ya nadie. Aquí lo que hay montada es una dictadura financiera de abrigo. No hay guerra ni crisis en el último siglo que no haya sido proyectada con precisión milimétrica en los despachos de Wall Street. Así que ni les cuento lo demás. ¡Si hasta han conseguido divinizar lo que es tan poco humano! Que ya no sabe uno cuando oye hablar a los asalariados tertulianos del Santo Mercado si se refieren a un dios o a la encarnación de un ideal. Esos iluminados tan sabios asumen la miseria planetaria como un castigo  mercadivino y no como la consecuencia de la codicia despiadada de los que manejan el cotarro. 

   No, señores, que no los engañen. En la tierra crecen champiñones, ortigas, almendros, tomates y cosas así. No conozco huerto ni bosque donde crezcan fondos monetarios, bancos, bolsas y agencias calificadoras. El Santo Mercado no es un ente autogestado y autosuficiente. Tampoco el eslabón entre el hombre y el superhombre. Y menos aún un sucedáneo de Cáritas. Es un instrumento humano como otro cualquiera. Aunque eso sí, uno de los más perversos jamás inventado. Dejemos de divinizarlo como mitificadores paganos. Las leyes del Santo Mercado no son divinas. Ni tan siquiera justas y humanitarias. Más bien todo lo contrario, son improvisadas a diario en efímeros paneles luminosos por insaciables chupasangres mortales. A ver si nos enteramos. Y digo yo que si se han demostrado funestas habrá que cambiarlas. O abolirlas directamente. Sí o sí. ¿O seguimos camino hacia el matadero protestando pero andando?

   Yo, qué quieren que les diga, veo las cosas de otra manera. Tengo una desmesurada tendencia a simplificar las cosas. Y es que creo que la complicación terminológica forma parte del fraude. Por ejemplo, cuando se habla de la última crisis financiera y que si ha sucedido porque el Santo Mercado esto, la Reserva Federal Americana lo otro, los especuladores financieros aquello, los lobbis tal cual, el banco, sus paraísos fiscales y sus activos tóxicos no sé cuantos no sé qué y que si patatín y patatán y lo demás. Fíjense, para mí que la cosa es más sencilla que todo eso. Lo que sucede es que estamos volviendo a los tiempos feudales. Como lo oyen. Sólo que antes se mataban los vecinos para conquistar tierras y honores y ahora se hace a lo bestia, a escala planetaria, y en lugar de la tierra se va derecho a sustraer lo que ella esconde, dejando la administración cautelar de la misma a los pringados de turno, a los chorizos de cada barrio. Y por supuesto, se prefiere el dinero a los honores. Otra diferencia es que se han olvidado de rescatar, ya puestos, las cosas buenas que tenía aquel modo de vida. Ya saben, el honor, la dignidad, el valor y otras tantas virtudes que se estilaban por aquellos tiempos. Han decidido, pragmáticos y cobardes como son, resucitar sólo la parte más siniestra y ventajosa de aquel sistema: el vasallaje, el abuso de poder, la injusticia, la violación de derechos humanos, la carencia de prácticas democráticas y la consiguiente indefensión del pueblo frente al omnipotente señor, dueño absoluto de tierras, bestias y personas. Las otras dos diferencias reseñables que hallo son: la primera que mientras que la fuerza del señor feudal residía en su ejército ahora la fuerza del plutócrata se concentra en su bolsillo -que le permite, entre otras cosas, poner el ejército de un país a su servicio si lo necesita-, y la otra que el señor feudal se conformaba con someter a su santa voluntad sus dominios y a los pobres desgraciados que en ellos vivían mientras que los plutócratas extienden su tiranía por todo el orbe, sin que se escape de su ley ni un aldeano de la Conchinchina. Por eso sospecho que la última crisis financiera, que ha sumido a una parte importante de la población mundial en la indigencia, responde a los zarpazos iracundos del sistema financiero estadounidense que ve cómo poco a poco su imperio económico se va desmoronando. Casi con tanta rapidez como están surgiendo otras macroeconomías que no ha sabido controlar y empiezan a controlarla a ella. No es sino despiadada ingeniería económica para tratar de desestabilizar a los mercados emergentes. Comprenderán que la cifra de damnificados poco cuenta para aquél al que no le tiembla el pulso, si de mantener su hegemonía se trata, de mandar al garete a países enteros, soltar dos bombas atómicas como quien arroja cáscaras de pipas o rociar de napalm a la población que se le resiste como quien fumiga campos de maíz. Para mí que más que a complicadísimas y crípticas leyes internas del Santo Mercado a lo que asistimos es a los zarpazos iracundos del león amenazado. León que jamás consentiría que se le aplicara su misma medicina, señal de que sabe que es nociva. O dicho de otro modo, que no resistiría la sentencia kantiana que afirma que sólo es moral “aquello que yo pudiera desear que todos hicieran y que se constituyese incluso en ley universal”. ¿Será por ello que lo del Libre Mercado se lo impone al resto a su manera mientras que a sí mismo se aplica el proteccionismo que prohíbe a los demás?

   Seamos serios. La única forma de garantizarle a una nación un futuro próspero es asegurándole la posesión y buena administración de los recursos necesarios para su subsistencia. Lo que viene a significar adecuar el modo de vida a los recursos que se poseen. Como se ha hecho toda la vida, hasta hace muy poco, y como siguen haciéndolo muchas sociedades tribales, comunas o individuos aislados. Ya saben, adquiere uno un terreno, cultiva lo que necesita y cría animales. Con eso y una buena fuente a mano la supervivencia está asegurada. Todo lo que implique ir más allá de esta básica economía doméstica es complicarse la existencia. 

   Ahora bien, complicarse la existencia puede ser una experiencia muy enriquecedora si se hace con inteligencia y sentido común o una tragedia si se deja el asunto en las manos de los peores sujetos. Que es precisamente lo que ha sucedido. 

   Vayamos por partes. Y por perogrulladas, si me permiten la expresión.

   Importar las cosas buenas de los demás países cuando nuestros recursos –humanos, naturales, científicos o monetarios- nos lo permiten, siempre es una decisión acertada. Importar tales avances a un coste no demasiado elevado sigue siendo aconsejable por el beneficio que nos reportan en nuestra calidad de vida. Ahora bien, empecinarse en imitar el modelo de vida de un país con recursos diferentes no sólo implica destruir la riqueza nacional e importar, todo mezclado, lo bueno y lo malo de los otros sino adquirir una peligrosa dependencia con respecto al país que exporta los tan preciados bienes. Y si además el país a imitar no es modélico y lo que se importa es más dañino que beneficioso eso es de ser completamente majaderos o rematadamente idiotas. 

   Para desgranar el asunto, que tiene miga, les pondré un sencillo ejemplo para que entiendan el dislate: el caso del petróleo. Los dueños del mismo han impuesto un modelo socioeconómico mundial cimentado sobre el oro negro que los ha convertido en los dueños y señores del orbe. Al coste que todos sabemos, en vidas humanas y en daño medioambiental. Un verdadero desastre para la humanidad que ha impedido desarrollar otras formas de explotación energética más eficientes, menos contaminantes, más económicas y menos esclavistas. Es decir, otra forma de existencia más pacífica y saludable. Este ejemplo basta para comprender -además de que no somos los únicos tontos del planeta- lo peligroso que resulta cimentar un modelo socioeconómico con recursos ajenos. Especialmente si están en manos de países beligerantes y con ínfulas imperialistas. 

   Sé que a bote pronto puede parecer disparatado que proponga aflojar lazos  económicos en un mundo tan interdependiente como el nuestro, pero tampoco se alarmen, no voy a proponer volver al taparrabos. No quiero renunciar ni al progreso ni a los gayumbos. Al contrario, es precisamente lo que deseo, que evolucionemos como especie de una vez por todas. Y para ello hay que mejorar lo presente, aprendiendo de los errores y diseñando nuevos modelos de evolución que nos desvíen del matadero. 

   Qué quieren que les diga, a cosas a las que no podemos sustraernos, nos gusten o nos dejen de gustar, como la necesidad de comer, beber, respirar y dormir hay que adaptarse. Qué remedio. Pero todo lo que se inventó para colmar estas necesidades, y sobre todo las posteriores necesidades que se inventaron para colmar los vicios humanos, así como se montaron se deberían desmontar si se comprueba que lejos de mejorarnos la vida nos suponen un calvario. Porque comprenderán que es de necios no cambiar lo que nos está amargando la existencia.

   Sólo un Estado que sepa adecuar su modo de vida a su riqueza, administre con inteligencia y eficacia sus recursos naturales y sea capaz de crear un entramado público sólido y eficiente tiene garantizado un futuro próspero, la cohesión social y un régimen de justicia e igualdad realmente factible. 

   Lo que estoy proponiendo, en definitiva, no es otra cosa que instaurar un verdadero régimen democrático, algo que por estos lares sólo conocemos por las películas de ciencia-ficción (me refiero a las comedias románticas americanas de los años 60). En cambio yo hablo de algo real, de un Estado con una ciudadanía activa, participativa, donde la justicia y la solidaridad constituyan sus más sólidos pilares.

   Imagino que a estas alturas serán muchos los que estarán ya tildándome de anticapitalista, marxista, trotskista y a saber cuántas tonterías más. Lo de siempre, la estrategia que utilizan los neoliberales para intentar desacreditar a quienes ponen en entredicho las bondades de su sistema. Más o menos como hacen los sociatas de este país llamando facha y retrógrado al que no comulga con su credo seudoprogre, seudoliberal y antisocialista. Y es por eso, conociendo la naturaleza cainita y maniquea de mis compatriotas, que he tomado la precaución de traer una prueba contundente que demuestra que cuanto he dicho es cierto. Porque no se trata de ideología, sino de sentido común. Y de tener dos dedos de frente para extraer conclusiones de los hechos. Demostrables, no teóricos. 

   Para hacer apetito les propongo que hagan una pequeña reflexión: ¿Por qué los países que más años llevan practicando una política neoliberal no se cuentan, ni de lejos, entre los que tienen mejor calidad de vida? ¿Es casualidad, en cambio, que los países que sí gozan de ella hayan apostado claramente por fortalecer lo público frente a lo privado, desoyendo la sacrosanta voz del Santo Mercado? Y a continuación, háganse esta otra: Si de verdad los dirigentes buscan el bien de su país y de sus conciudadanos, ¿no sería lo lógico, puestos a imitar, que imitasen a las democracias mejor asentadas y con un mejor nivel de vida demostrable? Porque me reconocerán que sería inadmisible que le desearan a su propio país el peor de los males y contribuyeran afanosamente en procurárselo. Al menos en esto estaremos de acuerdo, ¿no?

   Les aseguro que no hay nada más fácil para descubrir la falsedad, la doblez, la hipocresía, la maldad y el cinismo de la casta política que hacerse la siguiente pregunta: ¿Por qué en lugar de imitar el modelo sueco, danés o neozelandés, por ejemplo, que en todos los estudios comparativos de calidad –educación, sanidad, empleo, seguridad, bienestar y salud democrática- copan los primeros puestos mundiales, nuestra clase dirigente se empeña en imitar el fatal modelo estadounidense, uno de los peor parados en tales estudios? ¿No les parece contradictorio amar a un país y querer que se parezca a uno de los peores? ¿Quiere alguien explicarme qué sentido tiene copiar el modelo socioeconómico de un país donde la corrupción institucional, las insufribles desigualdades y marginaciones sociales, las inmensas bolsas de pobreza, el abismo entre ricos y pobres, el absoluto desamparo de la población frente a las despiadadas y todopoderosas multinacionales, la falta de asistencia sanitaria de una gran parte de la población, la desastrosa, ineficaz y peligrosa educación pública, la monumental tasa de desempleo, el desorbitado índice de criminalidad y los constantes desahucios por impago son el pan nuestro de cada día? Si quieren que nos parezcamos a ellos, o son masocas o más simples que una mata de habas, porque hasta un bobo entiende que es el camino de la perdición. Pero, por desgracia, yo no creo que sean ni lo uno ni lo otro. ¿Soy el único que sospecha que hay gato encerrado? ¿Recuerdan la serie “V”? A veces pienso que si a nuestros políticos les arrancáramos el pellejo no encontraríamos lagartos, pero sí clones de los capos financieros de la plutocracia planetaria. 

   En fin, que hay cosas que rechinan. No se trata de especular sobre modelos de crecimiento. Se trata de quitarse la venda de los ojos y ver la realidad. Yo me atengo a los hechos, no a las teorías. Examinen y comparen EEUU con Noruega, por ejemplo, y después me replican si mi denuncia del neoliberalismo responde a una actitud ideológica o, al contrario, al puro sentido común.   

   Qué quieren que les diga, si el país autoconsiderado más neoliberal y democrático del mundo basa la fuerza de su razón en trocar regímenes democráticos por crueles y sanguinarias dictaduras, se dedica por lucro al negocio de la guerra, saquea y esquilma sin miramientos ni reservas los recursos naturales y la riqueza de otros países, se pasa por el forro los protocolos medioambientales, practica una expansión comercial caníbal apoyada en la fuerza, la amenaza, el chantaje y las prácticas abusivas, obliga a sus socios a privatizar sus empresas públicas para desmantelar sus respectivos estados y a la postre hacerse dueño y señor de las mismas -ya saben de qué va el cuento del libre mercado a la americana: el pez gordo se come al pequeño y al final, con el tiempo, todo acaba en las mismas manos-, impone una dictadura financiera mundial, un modelo cultural intrusivo y propagandístico y un largo y deprimente etcétera de inmorales prácticas, ¿no habría que plantearse que una democracia así es esencialmente nefasta para la humanidad? ¿No habría que huir como alma que lleva el diablo de semejante modelo? 

   ¡Que me aspen si entiendo algo! Se puede ser muy necio, pero no tan ciego. La evidencia es la evidencia. No sé a ustedes, pero a mí una clase política empeñada en vender su país a pedazos e implantar un modelo despiadado que genera allí donde existe pobreza, injusticia, desigualdad e inseguridad, me da, cuanto menos, mala espina. Máxime cuando, a falta de luces propias para seguir su propio camino, tiene a mano el ejemplo de democracias modélicas, justas, coherentes, sólidas y pacíficas cuyo estado del bienestar alcanza las cotas más altas. 

   Quizá necesite inventarme un dios para que baje y me lo explique. Pero un dios de carne y hueso. Y con mil ojos, a ser posible.

   Que sean felices…

No hay comentarios:

Publicar un comentario