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Gonzalo Alfaro Fernández


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El humorismo como estrategia redentora… y estoque

El sentido del humor, que bien constituido es una virtud extraordinaria, pervertido puede ser un vicio nefasto.  

   El sentido del humor permite afrontar la vida con filosofía, concediendo la importancia justa a las locuras humanas y haciendo más llevadera la carga de anomalías y debilidades de cada uno. Nada hay más saludable, por ejemplo, que plantarse frente al espejo y troncharse de la risa a costa de nuestras orejas de burro o nuestras narices cyrarianas, logrando que nuestros defectos incurables nos hagan el efecto de chistes. Conjurarlos de tal modo es señal de inteligencia. Pero siendo la risa demasiado agradable y narcotizante, es prudente estar alertas ante ella, no vaya a ser que su mal uso, en lugar de fortalecernos, nos debilite, volviéndose entonces su efecto pernicioso. Y el daño provocado, quizás, irreversible.

   Y es que todo tiene su límite y justa medida. Voy a tratar de explicarlo analizando las posibilidades del humorismo.

   El humor inteligente y crítico, que pone el dedo en la llaga y despierta en la conciencia del individuo el sentido de su propia ridiculez y de la absurdidad del mundo que le rodea, siempre es de agradecer. Mejor es metérselo a uno en la mollera con risas que a palos. El problema está cuando el motivo de mofa se convierte en motivo de orgullo y en lugar de aplicarse uno a encarar los defectos corregibles para tratar de enmendarlos prefiere convertirlos en eternas carcajadas, aguzando el ingenio sólo para sacarles punta.

   Verán, el humor es la terapia más saludable para dulcificar los defectos incorregibles y afrontar las vicisitudes y adversidades de cada día sin desesperarse, pero cuando encubre o minimiza defectos que no sólo son corregibles sino que deben ser corregidos, ahí tenemos un problema grave. Y cuando esta actitud trasciende al individuo y arraiga en una cultura la cosa se pone seria. Que no es lo mismo una sociedad con sentido del humor que una sociedad chistosa.

   Mi denuncia concierne pues a su utilización como estrategia distorsionadora de la realidad para atenuar el juicio sobre individuos y acciones deplorables, consiguiendo un efecto expiatorio. Porque estoy convencido de que su uso lenitivo responde a una estrategia mucho mejor calculada de lo que parece.

   Cuando se humoriza hasta la saciedad la catadura moral y la ineptitud de los políticos, se pierde el sentido crítico y subversivo inicial, hasta conseguir el efecto contrario, que es el de quitarle hierro al asunto. Se les está procurando así la mejor defensa posible, pues gracias a la risa, que todo lo banaliza, llega un momento en que los ciudadanos asocian a los canallas con los chistes y bromas que de ellos se hacen, terminan viéndolos como caricaturas grotescas, los juzgan por sus gestos estúpidos, su forma de saludar o hablar ridículos, sus frases torpes, sus dejes y manías, hasta que finalmente pasa a un segundo plano la corrupción de sus almas. El humor actúa así como mitigador y aplacador de la indignación que provocan sus bellaquerías. Es decir, humaniza a seres despreciables mediante la burla soez y estúpida. Lo que tiene apariencia de crítica resulta ser en realidad un catalizador de la rabia ciudadana ante la estafa y la opresión. En otras palabras, con la risa se los absuelve y redime en el inconsciente colectivo. Una jugada maestra, sin duda. Si no fuera por esto más de uno no podría ni atreverse a pisar la calle sin que le partieran la jeta. Por ello no es de extrañar que proliferen en televisión los programas humorísticos de crítica política. Les hacen el mayor de los favores. Es mejor pasar por idiota que por traidor. Es obvio: lo primero mueve a la burla y el desprecio, lo segundo a afilar la guillotina. Juzguen ustedes mismos si no los beneficia…

   Pero no es éste el único mal que ocasiona el humorismo puesto al servicio de los malvados. También es un arma de neutralización y destrucción de las personas críticas que ponen en peligro el putiferio que se han montado. O, si no, observen cómo las arrojan al circo mediático para ser despedazas por sus humoristas a sueldo, que con chistes a modo de estoques las ridiculizan y difaman a conciencia hasta desacreditarlas.

   Así que cuidado con la risa tonta, que puede que haya gato encerrado. Que se escapen de rositas, gracias a ella, las malas bestias, y mueran, en sus garras, posibles héroes. 

   Que sean felices… 

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